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Compromiso con la música, por Javier Pérez Senz

Hay discos que despiertan la memoria melómana, que traen recuerdos de esa insustituible experiencia que es la música en vivo y su espacio natural, los auditorios. Para muchos aficionados, la reciente grabación de la rapsodia sinfónica Catalonia, de Isaac Albéniz, a cargo de Jaime Martín y la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), supondrá una agradable sorpresa: el descubrimiento de una partitura que transpira frescura, sencillez y encanto melódico. Para otros, supone el reencuentro con una obra que en cualquier país civilizado sería de absoluto repertorio, pero que aquí, tristemente, no lo es. Su escucha permite refrescar sensaciones y recuerdos ligados a grandes directores y compositores que, a lo largo de su carrera, demostraron con hechos su convicción en el valor de esta pieza, sin entrar al trapo en esa endémica y estéril discusión acerca de la mala fama de Albéniz como orquestador. Ciertamente, no es un prodigio de refinamiento, pero, cuando se interpreta desde la plena convicción en sus méritos, el oyente queda cautivado, de inmediato, por la sencillez, la inspiración melódica y la eterna frescura que conserva la música del compositor catalán. Hablo de músicos legendarios, como el ruso Igor Markévitch, especialmente en su gloriosa etapa de vinculación artística con la Orquesta Sinfónica de la RTVE; al rumano Georges Enescu, defensor a ultranza de una pieza que programó a menudo por todo el mundo; a Eduard Toldrà, el genial violinista, director y compositor catalán que en 1944 puso en marcha la Orquestra Municipal de Barcelona –hoy OBC, que ha grabado, por fin, Catalonia- y que difundió con pasión el repertorio español.
Se necesita más compromiso con la música y menos obsesión por las cifras de asistencia y la taquilla. Hacen falta programadores que crean, de verdad, en la música española
La lista incluye artistas en activo, como Antoni Ros Marbà, apasionado intérprete de Albéniz y, de forma muy especial, de Toldrà, que fue su maestro; Jesús López Cobos, José de Eusebio – gracias a su entusiasmo conocemos hoy mejor que nunca el legado operístico del músico de Camprodón y en la grabación que hoy comentamos se incluye una suite orquestal de Pepita Jiménez por él revisada- y, en su primer disco con la OBC, Jaime Martin. Albéniz ha tenido y tiene elocuentes defensores. ¿Por qué, entonces, Catalonia sigue siendo una página infrecuente en las salas de conciertos? Dificil cuestión. De entrada, hacen falta programadores que crean, de verdad, en la música española. De nada sirve incluir cuatro o cinco piezas a lo largo de una temporada sinfónica; tampoco bastan las cuotas de corte nacionalista, ni los encargos, cada vez menos ambiciosos y numerosos. Se necesita más compromiso con la música y menos obsesión por las cifras de asistencia y la taquilla. Hay suficiente margen de maniobra para equilibrar la oferta usando los clásicos más populares como gancho popular, todo depende de la imaginación programadora. La normalización de obras como Catalonia – y esta página es solo un ejemplo; hay cientos de partituras en su misma situación- necesita de una firme alianza entre intérpretes, programadores y público. Los músicos con poder – y los titulares de un conjunto sinfónico tienen mucho poder - son quienes, en definitiva, más fuerza tienen a la hora de escoger qué obras se programan y qué obras se quedan fuera: cuando un titular quiere interpretar una determinada pieza, lo hace tarde o temprano. Los programadores, los gestores, los directores artísticos, deberían limitarse a cumplir su deber, puesto que el rescate y la difusión del repertorio nacional es una obligación para cualquier orquesta, auditorio o teatro público. En cuanto al público, hay que buscar la mayor complicidad posible, utilizando las herramientas de comunicación que, hoy más que nunca, permiten fomentar, si se utilizan con imaginación y eficacia, la curiosidad melómana, las ganas de conocer nuevas y viejas partituras, la posibilidad de ampliar fronteras.
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