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Un verano cargado de música, por Javier Pérez Senz

Catalunya sigue teniendo una amplia oferta de festivales de verano. No siempre mantienen una filosofía programática y, en demasiadas ocasiones, se limitan a presentar varios conciertos, sin lazos temáticos ni un rumbo artístico claro. Pero la oferta sigue en pie, a pesar de la crisis. En el caso de Barcelona, la situación es más bien deprimente. De hecho, es una ciudad casi muerta para la música clásica en verano. Sólo el Gran Teatre del Liceu mantiene una oferta de calidad a lo largo del mes de julio: el final de temporada incluye versiones en concierto de Tamerlano, de Händel, con la presencia en el reparto de Plácido Domingo y Bejun Mehta, y Daphne, de Richard Strauss, con el debú liceista de su Pablo González al frente de la OBC. El Festival Grec ha aumentado su oferta clásica, tradicionalmente escasa, bajo la dirección artística de Ricardo Szwarcer y entre las próximas citas destaca el concierto lírico de Ainhoa Arteta junto a la Orquestra de Cadaqués y Jaime Martin, con especial protagonismo de Puccini en el programa. Por cierto, la gran soprano vasca acaba de publicar un extraordinario recital junto al pianista Malcolm Martineau que supone su debú en el prestigioso sello Deutsche Grammophon, con un repertorio que incluye piezas de Charles Gounod, Georges Bizet, Reynaldo Hahn y un jugoso apartado consagrado a la gran canción española de concierto que incluye las Cinco canciones negras de Xavier Montsalvatge, cuatro Tonadillas al estilo antiguo, de Enric Granados y el Poema en forma de canciones, op. 19, de Joaquín Turina.
Afortunadamente se mantienen en activo, a pesar de la crisis, muchos festivales de verano, aunque la obsesiva búsqueda de nuevos públicos y la apuesta ciega por el eclecticismo como fórmula programadora se ha llevado por delante buena parte de las señas de identidad de algunas de las citas con más solera.
No podemos decir lo mismo de la oferta clásica de L´Auditori - reducida a su mínima expresión, aunque este año el Sónar ha incluido un estupendo homenaje a Steve Reich- y el Palau de la Música Catalana, con propuestas destinadas exclusivamente a captar turistas. Afortunadamente se mantienen en activo, a pesar de la crisis, muchos festivales de verano, aunque la obsesiva búsqueda de nuevos públicos y la apuesta ciega por el eclecticismo como fórmula programadora se ha llevado por delante buena parte de las señas de identidad de algunas de las citas con más solera. Donde antes reinaba la música clásica –la mayoría de los festivales que pueblan la geografía catalana nacieron como festivales especializados en la música clásica- ahora comparten protagonismo las músicas del mundo, el jazz, el pop y otros géneros. La tendencia no es necesariamente mala, pero conviene andarse con cuidado y no fiarlo todo al puntual bolo de lujo en búsqueda de audiencias masivas. Una cosa es aprovechar el tirón de las estrellas más mediáticas para conseguir colgar el cartel de no hay entradas, algo legítimo y recomendable, y otra descuidar la cantera, la promoción de los nuevos valores y la producción propia como sello de identidad. En este sentido, hay que aplaudir la coherencia, el rigor y la incuestionable calidad del Festival Internacional de Músiques de Torroella de Montgrí y celebrar las bodas de plata del Festival Castell de Peralada, que este año vuelve a sus orígenes con una sensacional oferta centrada en la ópera. Este verano, además, contamos con dos nuevas citas que nacen con vocación de mantener ofertas artísticas bien diferenciadas. Por un lado, nace con fuerte impulso el Festival de Música Antiga dels Pirineus, fruto de la unión de esfuerzos entre diversas localidades del Pirineu catalán. Su filosofía programática es clara y atractiva: jugar con la belleza del rico patrimonio arquitectónico de la zona y su adecuación a la música antigua para ofrecer veladas con personalidad musical, defendidas por los mejores grupos y solistas especializados en la interpretación histórica del repertorio antiguo y barroco. Y, cosa importante, piensan convertirse en un espacio de referencia tanto en la promoción internacional de los mejores conjuntos y solistas catalanes como en la difusión de nuestro patrimonio musical. La segunda propuesta también conjuga la belleza arquitectónica con la música y le añade la gastronomía como novedoso aliciente. Se trata de las Nits modernistes en el entorno único del Monestir de San Benet, una propuesta que ofrece al visitante la posibilidad de disfrutar un concierto de música modernista en el espacio del celler del monasterio y, opcionalmente, realizar además en la misma velada una visita al espacio Modernista de Ramon Casas a Món Sant Benet i degustar un sopar de duro en los jardines del recinto.
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